Andrea San Martin Desde Chile, mi sentir
"Contaros que las cosas aquí siguen complicadas, sobre todos para las personas y zonas más empobrecidas. Muchas que ya eran víctimas de la catástrofe antes de que se moviera la tierra.
Poco a poco se van restableciendo la electricidad en parte de las zonas más afectadas y podemos empezar a comunicarnos con nuestros familiares. El agua y la comida está tardando mucho en llegar, demasiado, hay zonas de las que todavía no tenemos noticas, no se sabe nada.
Parece que las municipalidades están muy entretenidas haciendo conteos y catastros y la policía y los militares defendiendo a las empresas privadas del “pillaje”.¡Que no se asusten las multis en chile son prioridad nacional! La presidenta ha hecho varias apariciones mediáticas para criminalizar, asustar y dividir al pueblo y así justificar la represión. Además de estar muy entretenida y encantada de las visitas de su amigos, Lula y Hillary e imagino que viendo como se reparten la tarta, ya que ahora llega el gran negocio de la reconstrucción.
Es todo bastante surrealista, la tele no para de vender odio contra el desesperado y por otro lado un patriotismo caduco en el que se enaltece el sufrimiento y el esfuerzo del chileno y la chilena como algo natural, un pueblo sacrificado, condenados siempre a la desgracia.
Están implantando toque de queda en algunos pueblos, dicen que para restablecer el orden, ¿Qué orden? El orden criminal anterior donde el dinero y el poder están por encima de las personas. He visto imágenes de polis disparando para defender supermercados, y cada vez más y más militares ocupando lo que queda de tierra firme. Que fea resaca….
También he visto imágenes de ciudadanos con armas, el pueblo enfrentándose contra el pueblo en este kaos social. Y me pregunto: ¿Qué daño estructural anterior tenía este país para que parte de su pueblo en momentos de absoluta desesperación tenga en la cabeza sacar provecho de la situación? No me refiero a la gente que saquea supermercados o centros comerciales en busca de comida o de agua, artículos de primera necesidad o por qué no, en busca de teles de plasma o cámaras digitales, ropa, eso que siempre ven en las vitrinas, diariamente anunciado como artículos indispensables, al alcance de sus ojos pero nunca de sus bolsillos. No hablo de lo material, eso no importa, si no de las personas condenadas a sobrevivir agarrándose a cualquier oportunidad de beneficio…. Y que en estos difíciles momentos despoja a sus propios vecinos, tan precarios como ellos. Que no se hagan las sorprendidas las supuestas autoridades, estamos siendo víctimas de su sistema enfermo. Tal cual funciona el sistema capitalista, tan arraigado y asumido por este pueblo, sacar el máximo beneficio en cualquier situación cueste lo que cueste y se pise a quien se pise. Ayer veía a una señora delante de lo que quedaba de su casa en un barrio obrero diciendo que la policía les había dado permiso para disparar a los “delincuentes”. Otra gritaba hoy, que los maten que los maten….
Más división social, entre jodidos y rejodidos, en un país ya fragmentado en sus estamentales clases sociales, cuando lo que más necesitamos una respuesta comunitaria a lo sucedido. Es el momento que como pueblo nos unamos y solidaricemos y busquemos soluciones alternativas, humanas, justas e igualitarias a este kaos y no dejarnos convencer con discursos baratos que nos dividen , desgastan y atemorizan. Y darnos cuenta y reconocer que ya vivíamos en desgracia antes del terremoto, y que esto sirva como un grito… un gran grito de los desesperados, de los que ya no tenían tierra, ni seguridad, ni esperanza. Otro Chile es posible."

Por Emilio RuchanskyDesde Copiapó
"El 5 de agosto, los mineros bajaron a las 9.30 y fueron directo al refugio a dejar sus remeras. Los más precavidos habían ido con pantalones cortos para bancar el calor. Los camiones ya circulaban. Mario Gómez, el minero más viejo, que siempre llevaba la delantera en el retiro de mineral con su camión, ese día se quedó sin combustible. Su amigo Raúl Villegas se había abastecido la noche anterior e iba adelante porque no perdió tiempo en la recarga. Cuando se cruzaron a mitad de la mina, Villegas subiendo y Gómez bajando, hubo bromas y charla ventana a ventana.
Más adelante, cerca de la entrada, Villegas se lo cruzó a Franklin Lobos, el ex futbolista de Cobresal, que iba a buscar en un camión a los 32 mineros que trabajaban repartidos en dos fosas, a más de 600 metros de profundidad. Eran las 13.45, Villegas ya estaba cerca de la bocamina y vio por el espejo retrovisor que lo venía siguiendo una polvadera. Se estremeció. “Parecía un volcán en erupción”, describiría después. El cerro no crujía, como suele hacerlo cuando se viene un derrumbe. Avisó a Pedro Simunovic, el gerente de la mina, pero según Villegas el hombre no le creyó y minimizó el incidente, diciendo que sólo era una rampa que se había venido abajo, a lo sumo se habrían caído “unos planchones”, es decir, algunas rocas del techo. El derrumbe hizo que se cortara de inmediato la luz e inundó de polvo el espacio en el que quedaron atrapados los 33 mineros.
Ese fue el peor momento para Gómez, un hombre de 63 años con la jubilación en trámite, tres dedos perdidos cuando le explotó una dinamita y silicosis, una enfermedad provocada por la sobreexposición a la sílice cristalina que respira en las profundidades desde los 12.
Para ser más claros: tiene polvo en los pulmones. Se ahoga si corre, se queda sin aire después de conversar un rato. Cuando se vino el polvo, Gómez buscó en su bolsillo el inhalador y después de varios toques consiguió el aire para bajarse del camión. Más atrás venía Franklin. Esperaron cuatro horas hasta que se asentó el polvo, dieron vuelta las máquinas y encendieron las luces para ver cuán grave era el asunto. El derrumbe había sido en la zona central de la mina y ellos estaban atrapados en la parte norte, entre 300 y 700 metros de profundidad.
Había una sola posibilidad, salir por el ducto de ventilación principal. Cuando fueron hasta allí treparon por la escalera hasta que se dieron cuenta de que estaba inconclusa. Aún veían el cielo a 500 metros sobre sus cabezas. Intentaron trepar por el tubo directamente. Fue inútil. Dos días después, otro derrumbe terminó tapando esa chimenea y el aire, al no haber ventilación, empezó a enrarecerse como el ánimo de los 33 los mineros, que ahora sí estaban atrapados.
Era imposible, ya en ese momento, sacar las piedras que obstruían el camino. Se sabe que trataron de correrlas, de treparlas, pero no hubo caso. Gastar energía en un momento así, con la incertidumbre que reinaba entre los mineros, era contraproducente. Del otro lado de esas rocas, un grupo de rescate recorría los túneles para localizar el derrumbe y ver las posibilidades de introducir maquinaria pesada y sacarlos. Pese a los riesgos, evaluaron esta idea hasta el 15 de agosto, cuando cayó una enorme roca que selló el túnel. El colapso fue definitivo. Para ese día, el inhalador de Gómez ya estaba vacío.
Silencio en la noche
Las discusiones sobre el liderazgo dentro de la mina son una muestra de la idiosincrasia propia de la minería. Para los trabajadores, los líderes son los más “antiguos” del grupo: Mario Gómez, Johnny “el Chino” Barrios –quien además es delegado gremial– y Pablo Rojas. Para las autoridades, en cambio, era Luis Urzúa, el jefe de turno que llegó a trabajar a la mina San José hace menos de 10 meses y fue quien estableció la rutina de supervivencia alimentaria del grupo. No todos los atrapados son mineros precarizados, además de Urzúa, que estaba haciendo “carrera” para ascender a un mejor puesto, hay también ingenieros electromecánicos y gerentes.
En el refugio, una de las pocas partes que tiene el techo contenido con gruesos alambres, había dos cajas de cartón con víveres. Desde el primer día, la rutina fue comer cada 48 horas dos cucharadas de jurel en lata, un pescado popular por su precio en Chile, y media taza de leche por cabeza. También se racionaron las galletitas y las latas de durazno en almíbar. ¿Hubo común acuerdo? Imposible saberlo, aunque en una de las cartas, que leyó el senador Baldo Prokurica, decía: “Imagínese lo que era repartirse esa comida entre 33 personas”.
Los mineros hicieron canaletas para contener el agua sucia que emana la perforadora Jumbo para enfriar los motores. La usaron para beber y asearse. Gómez, por suerte, encontró un tubo de oxígeno en el refugio, donde el calor se hizo insoportable. Durante las dos primeras semanas de encierro, se movieron entre los 700 metros de profundidad y los 300 donde estaba el refugio, aunque tenían para recorrer dos kilómetros de túneles. No sabían, tampoco lo saben ahora, si más arriba, cerca del taller donde se guardan neumáticos y barriles de aceite y petróleo, podría haber nuevos derrumbes.
El lugar fue divido en tres zonas. Una para dormir, sea sobre las camillas que había en el refugio o en los cartones que contenían las provisiones, otra para comer y una tercera para “las necesidades básicas”: el baño. Adentro quedaron, además de los vehículos de Barrios y Gómez, dos camionetas 4x4 y dos grúas. Sumado a los cascos, fueron estas máquinas las que proveyeron luz a los mineros atrapados, que con el paso del tiempo comenzaron a tener picazón en los ojos, por la tierra, y también diarrea porque el agua estancada no es apta para consumo humano.
El silencio reinó los primeros días. El más joven del grupo se convirtió en uno de los más fuertes. Es Jimmy Sánchez, de 19 años, fanático del reggaetón e hijo de mineros, a quien se vio sonriente en el video emitido el jueves. El boliviano Carlos Mamani, en cambio, es tal vez el más angustiado del grupo: hacía sólo dos semanas que estaba trabajando en la mina. Johnny Barrios, el que sabe de primeros auxilios, la pasa tan mal como Gómez, José Ojeda y Omar Raigadas: todos sufrieron de ahogamiento las dos primeras semanas.
Dormir y jugar al dominó con fichas de papel se transformaron en los principales pasatiempos. Entre los mineros, hay también un futuro best seller. Se llama Víctor Segovia, es amante de la música que toca el acordeón y la guitarra, y se puso a escribir una bitácora del encierro. El 17 de agosto los 33 titanes, como les dicen acá, oyeron los ruidos de una máquina perforadora. Ya no les quedaba comida. La alegría se desvaneció enseguida porque esa sonda se perdió en la inmensidad de la roca. En medio de la desesperación, algunos comieron corteza de pino de los pilares de las paredes. Dos días después, nuevamente oyeron el sonido de una excavadora, cuya sonda tampoco logró llegar a los túneles. Recién al otro día, vieron la mecha de la perforadora cerca del refugio. Gómez ató una carta a su esposa y un papel que ya fue estampado en miles de remeras: “Estamos bien en el refugio los 33”. Al rato, se colocó un tubo y varios se acercaron a golpearlo. Luego bajó una minicámara que filmó la cara enflaquecida de Jimmy Sánchez.
A esa altura, solo el 30 por ciento de los chilenos los daba por vivos.
Aló presidente
“Estamos esperando que todo Chile haga fuerza para sacarnos de este infierno”, le dijo Mario Antonio Sepúlveda, el que dirigió el video de la mina difundido el jueves, al presidente Sebastián Piñera, quien lo atendió por teléfono desde su despacho en La Moneda. El mandatario le prometió que saldría antes de Navidad y también le contó: “Esta ha sido una noticia que ha impactado al mundo entero”. La conversación, registrada el 24 de agosto pasado, duró 20 minutos y disparó la preocupación dentro de la mina.
Más allá de los consejos de la NASA o del jefe de submarinos chilenos Ronald von der Weth para que los mineros hagan actividades recreativas y desarrollen una especie de rutina, abajo la preocupación y la ansiedad en algunos mineros parecen incontrolables. Luego de recibir la afectuosa carta de Angélica, su mujer, que fue previamente chequeada, como todas las cartas, por un grupo de psicólogos y psiquiatras, Edison Peña envió algunas preguntas incómodas a su esposa.
“Angélica: necesito que si puedes me respondas todas estas preguntas por favor: ¿qué te han dicho de nosotros? ¿Existe alguna máquina instalada o que se está instalando para nuestro rescate? ¿Cuál es el plazo que les han dado de posible fecha de salida de nosotros? ¿Parece que serán dos meses acá adentro o no? Averigua por favor”, escribió Peña. Incluso, le advirtió a su esposa: “Lo que es urgente, con la llave que te voy a mandar abre por favor mi casillero y saca mis pertenencias (mi celular, mi billetera, mis documentos)”. También le pidió que cobre su sueldo, pague el alquiler y guarde el resto del dinero para los tiempos venideros.
Darío Segovia también está preocupado por el tiempo: le pidió a su familia que se quede en el Campamento Esperanza y haga lo imposible para acelerar el rescate. Mientras tanto, los mineros toman cuatro litros de agua por día, comen sólidos y hacen abdominales tres veces al día, para mantenerse en forma. La “guata”, como le dicen acá a la panza, no puede superar los 90 centímetros. Es la única forma de que puedan ingresar por el tubo salvador, que hoy empezará a concretarse, cuando comience a funcionar la perforadora Raise Borer Strata 950.
Desde el exterior, les pidieron que se organicen en tres grupos de trabajo para que la rutina aleje, momentáneamente, las intrigas y la tristeza. Ahora, un grupo recibe y despacha los envíos diarios en solo cinco minutos y en otros cinco cargan la sonda para mandar sus cartas, la encuesta médica y las muestras de orina, entre otras cosas. Otros se ocupan de la higiene en la galería, revisan el estado de salud de sus compañeros y lo vuelcan en un parte médico. La última cuadrilla se encarga de la seguridad: detectan desprendimientos de rocas, fortifican el túnel y deben evitar que los mineros se alejen del grupo, físicamente hablando, claro. Por dentro, la cabeza de ellos ya se parece al laberinto sin salida en el que viven.

Salí a comprar un pimentón.John Jairo Rincón García.
Río de Janeiro, mayo 10 de 2010.
Habíamos quedado con mi compañera de cocinar el domingo. Pensamos en preparar un plato típico colombiano, en agradecimiento con algunos amigos por las atenciones recibidas en la casa donde vivimos hace un par de meses en Río de Janeiro. Sin embargo, luego de la determinación, vino el problema de definir qué era lo típico del país. Argumente, argumentó, y no conseguimos definirlo: ¿calentado o tamal1? ¿Según cual región? ¿Con que criterio se define lo típico? ¿Lo más demandado? ¿Lo más comido? ¿Lo social y culturalmente aceptado? ¿Ó lo social y culturalmente construido? ¿Lo más promocionado para subir a Monserrate o para el paseo de olla el domingo? En fin… después de una larga y diversa conversación gastronómica y socio cultural, decidimos preparar algo sencillo y que no implicara eternas discusiones conceptuales, ni sopa; pues comer algo caliente en una ciudad cuya temperatura puede llegar por encima de los 46º no es muy gratificante. Total, tomamos la determinación de preparar Arroz con pollo.
Hicimos la lista de los ingredientes y encargamos su compra a María, la señora que administra la casa. La noche anterior al convite, llegaron los ingredientes para el festín. Al comparar la lista de compras con los productos
adquiridos varias cosas se empezaron a complicar: habíamos pensado en preparar de bebida, salpicón, pero no compraron gaseosa con sabor a manzana, sino guaraná, gaseosa típica de Brasil, (después de la coca – cola; ahh y la caipiriña). Bueno, tocó salpicón con guaraná. Además la patilla que traíamos para la preparación, quedo vuelta nada en la calle al caer de la bolsa plástica, cuando María cayó al piso. Después observamos que faltaba tomate, habichuela y pimentón, sin contar la cebolla larga para darle sabor al pollo. Las primeras cosas las conseguimos con una vecina; la cebolla, ni pensarlo. Descartada, y el pimentón, no. Y no cualquier pimentón,se requería pimentón rojo, pa’ darle color y sabor al arroz.
El domingo salimos a eso de las 8:30 o 9:00 a.m. a conseguir ese ingrediente y de paso, otras cositas que pudiéramos necesitar para el menú que incluía: arroz con pollo, salpicón y de postre, leche asada. María recomendó que fuéramos con ella al Sacolão da Comunidade. Extrañados preguntamos ¿Qué era eso? Explicó que se trataba de un bus muy grande que recorría ciertos días a la semana algunas de las favelas en Rio, llevando frutas y hortalizas a muy buen precio. Contó que era un programa del gobierno Estadual, implementado en el año 2008 con el objetivo de garantizar la seguridad alimentaria y mejorar la nutrición de la población en “riesgo social”. Informada, agrego que en la actualidad el programa estaba disponible en 66 comunidades por semana, cubriendo un universo de 41.250 familias y comercializando aproximadamente 412 toneladas de productos al mes, en 11 buses. Después de esa exposición, quedamos asombrados, básicamente por el conocimiento de María y bueno, también por el programa. En definitiva quedó claro que compraríamos en el Sacolão lo que nos hacía falta.
*****
De todas formas quedaba distante, pero mucho más cerca que el supermercado más grande del barrio. Emprendimos camino, pues debíamos llegar temprano ya que los productos de buena calidad se agotan rápido por la demanda en la comunidad. María indicó el camino. El paisaje urbano mostraba casas viejas de gran arquitectura, similares incluso a algunas que pudiéramos ver en Villa de Leyva o Barichara (guardadas proporciones) conjugadas con conventos y hasta con un castillo, muy bonito, pero exótico.
Eso sin contar lasvías del tranvía que recorre el barrio y permite el transporte de turistas principalmente, desde el centro de la ciudad, ida y vuelta. Conjugadas con este paisaje y los árboles, se encuentran otro tipo de construcciones, que a la vista, son drásticamente diferentes de las otras: casas en ladrillo rojo, sin acabados y casi colgadas de las laderas, llamadas morros. Pues bien, de un momento a otro el paisaje cambió y de cierta forma, la gente. Sin perder el rumbo, ni olvidar el pimentón, seguimos caminando. La vía parecía un camino colonial, pero no por los huecos o lo estropeada que pudiera estar; sino por la construcción en bloques de piedra que le dan un toque particular a la ciudad. Al caminar, notamos que a lo lejos, sentados en una esquina se encontraban dos jóvenes en pantaloneta, “chanclas”, camiseta y gorra. Hubiera sido una situación normal, de no ser por las armas largas y cortas que portaban en sus manos, además de los radios de comunicaciones. Uno de ellos tenía una pistola y el otro, un pequeño fusil. Alarmados, lo inmediato que quisimos hacer fue preguntar (¿y correr?). Pero ya estábamos demasiado cerca. María solo alcanzo a decir: sigamos caminando como si nada, acompañando la invitación con una mirada fija y fuerte que nos decía: silencio, no comenten nada. Algo así como cuando la mama pellizca y mira. Pero era difícil seguir como si nada. A pesar de que ella nos había hablado algo al respecto, nunca imaginamos que fuera así.
De allí para bajo, aunque seguimos hablando, el tema principal siguió siendo el pimentón y el Sacolão, pero la mente estaba ocupada en otras cosas. Descendimos por el morro. Casas colgadas literalmente de la montaña, muchas de ellas sin alcantarillado, calles estrechas y laberintos urbanos en los que es casi imposible distinguir un predio de otro. Construcciones de dos y hasta de tres pisos, en las que se diferencian algunas casas por las inversiones exorbitantes de dinero que habrán tenido que hacer sus dueños para evitar el deslizamiento o para sobresalir en la comunidad. También se observan inmuebles abandonados y tomados por la vegetación, sin contar las innumerables casas marcadas con una serie de símbolos cuyo significado se develara solo para los habitantes de la favela. Todo esto, sin olvidar los montículos de basura y qué decir de algunos olores. Entre más
caminábamos, empezamos a pensar que había sido una muy mala decisión ir a comprar el pimentón al Sacolão.
Sin embargo, María siguió caminando y nosotros, unas veces atrás, unas veces a su lado tomándola del brazo, supongo que para que vieran que íbamos con ella. No recuerdo exactamente cuánto caminamos. El asunto es que en la mitad del trayecto recorrido al interior de la favela, observamos una construcción blanca, protegida por una puerta metálica y un vidrio. En su interior una imagen de no sé que santo, alumbrada e impecable. Entretenido pensaba en la fe y la religión, hasta que otra imagen interrumpió de nuevo mi pensamiento. De un momento a otro entramos en una parte más amplia y allí sentados en torno a una mesa, habían supongo yo, unos cinco, seis o siete jóvenes y tal vez hombres mayores, todos con fusiles en sus manos. Fusiles de diferentes marcas, imagino, pues no eran todos iguales. No alcanzaba a entender donde estábamos metidos y a qué horas habíamos decidido ir a comprar un pimentón allí,
justo allí. Sin embargo creo que era uno de esos días en los que las emociones no dan tiempo de pensar. No alcanzaba a terminar de ver, cuando logro observar que encima de la mesa en la que se encontraban, había una
pequeña montaña de papeletas y que cerca a ellos, había unos jóvenes en moto, entregando dinero y recibiendo “mercancía”. Estábamos en el centro de la favela, o mejor en la “boca da fumasa” donde se comercializa la droga.
Alcance en medio de la perplejidad a ver que en torno de nosotros habían más personas, unas tomando cerveza y escuchando música, otros con radios de comunicaciones y pistolas automáticas. Nosotros seguimos caminando tras de María, como si fuera un domingo normal. Pasamos a un lado de la mesa, como a unos 5 metros, descendimos en medio de los jóvenes con pistolas y de la gente que tomaba cerveza y hablaba por lo que alcance a entender, del partido de fútbol que se jugaría en la tarde. Al bajar las gradas, llegamos al lugar en el que se parqueaba el bus del Sacolão. Respire profundo. Al fondo, a parte de la música se escuchaban los radios de comunicaciones.
*****
Empezamos a observar las ofertas del día: vegetales y frutas frescas, pero bueno, necesitábamos un pimentón. Ingresamos en el bus, preguntamos en nuestro precario portugués, pues María se había quedado afuera hablando con una amiga. Recorrimos todo el bus y lo único que pudimos encontrar fue un pequeño y escuálido pimiento verde. ! !Habíamos llegado tarde ¡ En ese momento, no sabía que pensar. De todas formas, como para no perder el viaje, compramos algunas frutas y un par de hortalizas, para aumentar la cantidad que agregaríamos al arroz. Buscamos una tienda cercana pero estaba cerrada. Total, nos devolvimos por el mismo camino que habíamos recorrido. Al subir nuevamente las gradas, un joven venía bajando, acomodándose la camiseta, escondiendo en su cinto una pistola y llevando un radio de comunicaciones en la mano. En la mesa, aún estaban los jóvenes con fusiles; algunos de ellos se habían levantado y sus armas estaban recostadas en una de las paredes; fumaban y hablaban. Otros reían.
Por mi mente cruzaban muchas ideas y preguntas. ¿Hace cuánto tiempo sucederá esto? ¿Cuántas favelas tendrán la misma dinámica? ¿Cuántas bandas de crimen organizado? ¿Cómo y porque tienen el control de la ciudad? ¿Qué futuro tienen los jóvenes y jovencitas de esta ciudad, de esta sociedad? ¡Qué mierda! Pensaba en que me encontraba a menos de 15 minutos del centro de una de las ciudades más grandes de América Latina, capital del próximo mundial y de los juegos olímpicos de 2016, mirando cómo un grupo de narcotraficantes tiene el control territorial de un importante sector de la ciudad, (o de toda la ciudad?). Las preguntas rondaban y siguen rondando mi cabeza. Al recorrer el camino de vuelta observamos un cartel pegado en una pared que invitaba a una reunión del comité ciudadano, para tratar algunos puntos relacionados con la participación de la comunidad, los servicios sociales y públicos y la militarización de la comunidad y los derechos humanos. María en el afán de ayudar a resolver lo del almuerzo, entro a una tienda a preguntar si tenían pimentón. Ella misma era escéptica frente al hecho, pero luego nos hizo entrar, creo que la intención era principalmente que nos vieran con ella, pues converso con la amiga, se dio un abrazo y salimos.
*****
Llegamos a la casa nuevamente sin haber cumplido el objetivo de la salida. Sin embargo, después de ese recorrido tal vez era lo que menos importaba. Conversamos ampliamente sobre lo observado. En particular trate de preguntar sin parar, buscando respuestas a un problema que presenta diversos matices a nivel mundial y del cual, esta es una de sus caras: el mercado de drogas en una de las ciudades turísticas más grandes del mundo. En medio de la conversa logramos clarificar que en río existen entre 750 y 1.100 favelas, aunque ya se abusa del término. En ellas habitan cerca de 1.500.000 de personas. Nos dicen que en la práctica no solamente son muchachos que venden droga, son ejércitos urbanos que controlan un mercado inimaginable y que además, imponen el orden social en las comunidades donde operan: la música que se escucha, la ropa que se usa, quien entra, quien sale, quien circula por las calles, hasta que horas… en fin… Dicen que controlan más de 70 favelas en la ciudad de Rio. Cuentan además que hay varios grupos: que los “Comandos Vermelhos (rojos)”, que sus enemigos los del Terceiro Comando Puro (TCP), pero que además existen organizaciones más pequeñas como la de los Amigos de los Amigos, ADA. Dicen que tienen fusiles, lanza granadas y laza cohetes; y que mucho de ese armamento es conseguido de los países al sur de Brasil. Incluso, en una disputa por el control de favelas, el 17 de octubre del año pasado derribaron un helicóptero de la policía, cuenta María. Entre ellos se disputan el mercado y el control de la ciudad, lo cual incluye desatar balaceras algunos días a la semana, o incluso casi todos los días a la semana para tomar la favela controlada por otro grupo o para protegerse de los ataques de la policía, o para controlar el barrio. Obviamente, este control también incluye el pago de propinas a la autoridad policial e incluso civil y hasta a algunos políticos. Cerca de 1.500 policías militares y civiles han sido retirados de la fuerza por corrupción asociada al narcotráfico. Sin embargo, los ejércitos narcos no son los únicos que existen.
De cierta manera no sé, si en respuesta o no, se han conformado grupos paramilitares, (cuentan que algunos de ellos están vinculados también con el narcotráfico.), que según datos recopilados en la conversa y citados de la prensa, controlan cerca de 90 favelas. Allí, ellos tienen su orden. Conformados por ex policías, policías activos, bomberos y personas de la comunidad, al igual que los otros, regulan el espacio urbano: imponen sus normas y cobran impuestos. "Cobran por la seguridad. También por la salud. La televisión por cable pirata cuesta 20 reales (12 dólares). Por la noche, prohibido salir de casa, relata una joven de la favela Vila Sapé.”
Las autoridades estatales, tal vez en el afán de tener la ciudad lista para los negocios del mundial y de los juegos olímpicos, se han apurado a intentar resolver el problema. Complementarios a programas sociales y cívico militares, están adelantando otra serie de acciones como las de construir muros en 13 favelas con el fin de que los narcos no puedan acceder al exterior y supongo, que la población tampoco. No se… hablan de que al
acabar el año 2010 tendrán que haber construido 11 km de cemento con acero y de tres metros de altura. Han empezado por el Morro Doña Marta, primer sitio del que expulsaron a los narcos, creo, para otra favela. A esta favela le seguirán con la “mejora urbanística”: Babilônia y Chapéu Mangueira (Leme); Vidigal (Leblon); Morro dos Cabritos y Ladeira de Tabajaras (en Copacaba); Parque da Cidade; Cantagalo y Pavão Pavãozinho (en Ipanema); y la “Rocinha, la mayor favela de América Latina y que interrumpe urbanística y socialmente dos de los barrios más ricos de Rio, y que contará con el muro más extenso: 2.800 metros. La Rochina donde viven 60.000 personas, es el centro de operaciones de los narcos que trafican en Río y un bastión que ni la policía ni el ejército han conseguido tomar”.
Otra solución ha sido la conformación de una unidad policial llamada “Policía Pacificadora” que entra, con apoyo militar y trabajo cívico militar, a ocupar militarmente las favelas, para después implantar estaciones fijas. Se planeta la ocupación de 17 favelas este año, implicando esto una verdadera guerra urbana, que dicen algunos, haría olvidar las disputas a los grupos enemigos de narcotraficantes. De hecho, rumores hablan de cartas que circulan desde las cárceles y de reuniones entre jefes narcos, para organizar la defensa de las favelas contra el ataque de las autoridades Estas acciones se han complementado con otra fuerza militar llamada Batallón de Operaciones Especiales BOPE; tropa especializada para el control urbano. Cuentan mientras alistamos lo del almuerzo, que entran con orden de matar y que son incorruptibles. Algunos citan cifras que hablan que Río es de las ciudades del mundo donde más gente mata la policía en operaciones militares. Pero dicen además, que esta policía tiene fama de honesta, que no se deja comprar. Para algunos que han leído, estas prácticas son herencia de la dictadura militar y ejercicios de la derecha que excluye a los pobres, los confina en sus miserables barrios y además de eso, les impide ser en la ciudad, privilegiada para algunos nacionales y extranjeros y para el desarrollo de negocios internacionales; cuentan que se combate a los pobres bajo el pretexto del combate al narcotráfico. Pero que se puede esperar: las diferencias sociales y económicas se terminan expresando también en el territorio. Y una ciudad construida para el mercado internacional (incluido el narcotráfico) y el turismo, de los juegos olímpicos y el mundial, prostitución y prostitución infantil, necesita seguridad. Algunas de las amigas invitadas al almuerzo, nos indican títulos de películas que según ellas, nos pueden ilustrar mejor la situación: Tropa de Elite, Estación Central, 400 contra 1 y la conocida, Ciudad de Dios.
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Llegó medio día y nos cogió la tarde sin preparar el almuerzo, pero eso sí, más informados de nuestro entorno. Nos dimos a la tarea de preparar el menú con lo que teníamos: desmechamos el pollo, preparamos las verduras,
cocinamos el arroz y picamos el pequeño y escuálido pimentón verde. También hicimos el salpicón y el postre de leche asada. Sentados en torno a la mesa, tratamos de conversar de otras cosas. Ya eran casi las tres de la tarde y estábamos terminando el postre, cuando el silencio de la ciudad fue ahogado por el grito estruendoso de Gol; el Fluminense había anotado.
